Declaración de la UNESCO como Patrimonio Mundial del Conjunto Conventual Franciscano es un reconocimiento al Tlaxcala Prehispánico

«Declaración de la UNESCO como Patrimonio Mundial del Conjunto Conventual Franciscano, va más allá de la evangelización; para mí, es un reconocimiento al Tlaxcala Prehispánico«. Fernando Martínez

Para el pueblo de México, el hecho de la incorporación del Conjunto Conventual Franciscano y Catedralicio de Nuestra Señora de la Asunción, en Tlaxcala, a la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO, significa la protección de este inmueble, pero además se vuelve un lugar ‘obligatoriamente’ que visitar y para la Entidad federativa, también es relevante porque se reactivará la economía a través del arribo de más visitantes nacionales como extranjeros que gustan de la cultura, el arte, la historia y la arquitectura.

Pero para nosotros los tlaxcaltecas, la declaración de la UNESCO como patrimonio mundial

del Conjunto Conventual Franciscano y Catedralicio de Nuestra Señora de la Asunción va más allá de la evangelización; para mí es un reconocimiento al Tlaxcala prehispánico, a la importancia que tenía nuestra civilización, antes de la llegada de los españoles, ya éramos una especie de República, teníamos una clase de Senado y desde luego que como Nación independiente teníamos aliados y enemigos dentro de los pueblos circunvecinos. Los Aztecas no eran nuestros aliados, eran nuestros opresores, por lo tanto al no existir -como hoy en día una república confederada en todo el territorio nacional-: EL TEMA DE LA TRAICIÓN: ES UN MITO.

El Convento de San Francisco: Símbolo (durante la Colonia) de nuestra Nación o República de Tlaxcallan, hoy patrimonio mundial.  El Conjunto Conventual Franciscano y Catedralicio de Nuestra Señora de la Asunción: Ha sido por 500 años, la reafirmación de la Antigua Nación o República de Tlaxcallan, es decir, debe ser tomado por los tlaxcaltecas como un reconocimiento al Tlaxcala prehispánico, con estas líneas también  simpatiza la restauradora Elsa Dubois López, del Centro INAH, quien detalla que, “los tlaxcaltecas después de la ‘conquista’, adoptamos la fiesta de ‘La Asunción de María’ como nuestra ‘Patrona’ (15 de Agosto de 1521); solo tres días después de la caída de México-Tenochtitlán. Celebrábamos ‘nuestra victoria’, en alianza con los españoles”, yo agregaría como una forma de identidad de la ‘Nación Tlaxcalteca’: Nuestra Antigua República de Tlaxcallán.

“Es un acto de justicia para el recinto monumental que fue puerta inicial de la empresa evangelizadora en el Nuevo Mundo”, destaca Luz de Lourdes Herbert Pesquera, directora de Patrimonio Mundial del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Pero, más allá de la evangelización.

Más allá de que, si este monasterio fue uno de los cuatro primeros que edificaron los franciscanos a su llegada al continente en el siglo XVI, junto con los de Huejotzingo, Texcoco y el de la Ciudad de México.

Más allá de que, en este Santuario se encuentra también la primera pila bautismal del Continente Americano.

Más allá de que, en este conjunto conventual franciscano, se conserva el primer púlpito de la Nueva España.

Más allá de eso, es, insisto, UN RECONOCIMIENTO A LA ANTIGUA REPÚBLICA DE TLAXCALLAN.

“En tiempos precortesianos, los tlaxcaltecas habían sido casi únicos en el centro de México en haber logrado resistir a los Aztecas”, como lo detalló Charles Gibson en su libro: “Tlaxcala en el siglo XVI.” De hecho, LA ANTIGUA REPÚBLICA DE TLAXCALLAN nunca se doblegó ante el pueblo Azteca. Tampoco lo hizo con los españoles: los combatió. Pero las circunstancias  de la época nos orillaron a ser diplomáticos y buscar alianzas.

Tlaxcala corre por sus venas el arte de la diplomacia. De hecho el primer secretario de Relaciones Exteriores del México independiente fue el Tlaxcalteca, José Manuel de Herrera, a quien en 1815, Morelos lo nombró Embajador plenipotenciario para negociar con el gobierno de Estados Unidos en Washington D.C. el suministro de armas y municiones.  En 1821, tras haberse consumado la Independencia de México, Agustín de Iturbide lo nombró ministro de Relaciones Exteriores e Interiores del Primer Imperio Mexicano. Durante el gobierno de Vicente Guerrero fue designado ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos.