Hillary–Trump and Co.

LA CAJA DE CRISTAL.

Por Alberto Salvador Ortiz Sánchez

NOTA: MUCHAS FELICIDADES A COYUNTURA POR SU PRIMER AÑO, MUCHAS FELICIDADES POR EL BIEN DE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN.

Para cuando usted -estimado lector- de un vistazo a estas líneas, habrá ya una efervescencia inédita en los medios de comunicación nacionales e internacionales, ya que los ojos del mundo estarán puestos en los resultados de una de las elecciones presidenciales más cerradas y controvertidas entre los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos. Los sondeos y estudios de opinión ponen prácticamente como empatados a Hillary Clinton y Donald Trump; representantes de los partidos demócrata y republicano respectivamente. Trump, de ser un personaje odiado y vilipendiado por muchos, con el paso de las semanas ha ido creciendo poco a poco en las preferencias frente a Clinton, que de ser una candidata con muy buena ventaja ha ido cayendo en la medida en que se difunden sus propuestas e incluso se especula sobre su estado de salud, sin mencionar las investigaciones del FBI sobre filtraciones de correos electrónicos.

Hace unas semanas el Presidente Enrique Peña Nieto recibió en la Residencia Oficial de los Pinos a Donald Trump en un esfuerzo que pretendía (según las propias palabras del atlamulquense) “tender puentes” hacia los candidatos estadounidenses y dialogar con ellos a reserva de quien pudiese resultar electo el próximo 8 de noviembre, dada la importancia de la relación de México con los Estados Unidos.

La maniobra, cuyo cerebro de operación fue Luis Videgaray, a la sazón Secretario de Hacienda y Crédito Público, tuvo exactamente el efecto contrario que pretendía. En palabras de Ricardo Alemán, el gobierno mexicano respondió con diplomacia y civilidad a un “sátrapa” de la política, pero lamentablemente dicho impulso creativo se perdió ante la pequeñez del Presidente Peña. Quizá el mensaje pudo haber sido lo más cortés para responder a las agresiones contra México por parte del candidato pero frente a un Trump envalentonado vimos a un Enrique Peña entumecido.

Los efectos fueron devastadores; ante la opinión pública que mayoritariamente condenó el encuentro, el Presidente no tuvo más remedio que deshacerse del hombre de todas sus confianzas. Videgaray. A eso, se sumó la negativa de Hillary Clinton de reunirse también con Peña alegando sentirse “ofendida”.

Al margen de todo este escenario, donde las figuras públicas hacen su trabajo con eficiencia, vemos escenarios domesticos cada vez peores que nos afectan más a todos los mexicanos más allá de la elección de un nuevo jefe de estado de los territorios yanquis. La muestra inmediata es la llegada del tipo de cambio de cada dólar a los 20 pesos mexicanos. Mientras más suba el precio del dólar, los precios en nuestro país también saltarán, lo que se traduce en una pérdida efectiva del poder de compra de los mexicanos, ya de por sí raquítico, sabiendo que no ha habido (y quizá ni habrá) un aumento significativo a los salarios en varios años.

Históricamente, tanto republicanos como demócratas, han tratado a nuestro país como su auténtico “patio trasero”, donde toda la podredumbre puede habitar y multiplicarse. Los presidentes estadounidenses han tratado como inferiores a sus pares mexicanos, al menos bien documentado desde la mitad del siglo XX hasta la fecha presente. La historia de vida de ambos candidatos se decanta por un impulsivo y muy americano modo de alcanzar sus objetivos pese a todo, y a pesar de todo. Trump con los negocios inmobiliarios y Clinton a través de los despachos de abogados multinacionales. Ambos son herederos de poblaciones migrantes que llegaron a los territorios estadounidenses con la notoria filosofía del espacio y su expansión; en su particular modo, cada uno de ellos expresa la máxima de la Doctrina Monroe “América para los americanos”.

En términos llanos no hay mucha diferencia entre la llegada de Clinton o Trump a la Casa Blanca; ni siquiera el impulso frenético de la llegada de Obama a la presidencia le garantizó a los latinos una autentica reforma migratoria. Con Trump los deportados se contarán por miles. Ergo, el triunfo de cualquiera de ellos no implica per se un cambio radical en las relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos.

Cabria pensar entonces (diplomáticamente expresándolo) que para hacer frente a quien quede electo como “comandante en jefe” de los Estados Unidos, se requerirá en el poder ejecutivo un mandatario fuerte y comprometido que hable a nombre de México y con auténtica altura de miras contemplando la parte que le toca jugar a nuestro país en el concierto mundial, partiendo del punto de convencimiento unánime de que Estados Unidos no sería ni la sombra de lo que es ahora gracias a toda la población migrante, no solo del continente americano, sino de todas las partes del mundo.

Como colofón a este breve análisis, el desempeño de ambos candidatos en los respectivos debates, ha dejado al descubierto una profunda crisis en la clase política: la notoria falta de lenguaje asertivo y un  discurso auténticamente inteligente de parte de quienes pretenden alcanzar una posición de poder. Tanto Trump como Clinton demostraron un nivel muy escaso de debate, con formatos acartonados y pretendiendo tratar a los televidentes como gente sin cultura ni conocimiento. Hoy en día, los gobiernos tendrían que dejar de pensar ya en demagogia, oratoria y retórica y mejor enfocarse en verdadera capacidad de trabajo para poder resolver los problemas a que se enfrentan cada día, no sería mala idea que nuestros políticos y sus equipos tomaran en cuenta esta pequeña opinión.