LA GUERRA DE LAS IA

Opinión de la Dra. Elsa Martínez Flores/La competencia entre modelos de inteligencia artificial ya funciona como un proceso social profundo. Esta “guerra de IA” evidencia las dinámicas de empresas que buscan la supremacía en el ámbito digital y la vida cotidiana.

En un mundo donde la inmediatez es fundamental, Google a través de su IA Gemini, desarrolla chips que permiten respuestas más rápidas y precisas. Por ello, desde finales de noviembre ChatGPT ha recibido ajustes significativos en cómo razona, escribe, analiza contextos e interpretación de tonos.

La IA que aspire a ser la más eficiente también deberá generar ganancias. Grok, Meta, DeepSeek, Claude y Perplexity ajustan constantemente sus herramientas, por eso sus respuestas cambian. Cada interacción alimenta bases de datos que, en poco tiempo, serán clave para monetizar estos sistemas.

Hasta ahora solo se conoce un “código rojo”: el de OpenAI con ChatGP, para revisar su funcionamiento. Sin embargo, de forma discreta, las demás empresas trabajan en mejoras continuas. La inversión en esta tecnología es mayúscula y las suscripciones no bastan para sostenerla, por lo que buscan recuperarla a través de otros mecanismos.

Tal y como plantea la socióloga Shoshana Zuboff en el capitalismo de vigilancia, la información personal se usa de forma masiva para generar predicciones y necesidades de consumo. No solo ChatGPT podría incorporar anuncios; es probable que otras IA también lo hagan, aunque aún se desconoce cómo aparecerán esos mensajes.

Algunas personas imaginan que un anuncio podría insertarse al final de una conversación con la IA, insinuando comprar algún producto de la preferencia del usuario. Otras, creen que se colocará aparte, sin interrumpir directamente el diálogo.

Lo central es la enorme cantidad de información profesional y personal que el usuario ya ha entregado. Cuando las conversaciones estén acompañadas de publicidad, dejarán de ser un espacio neutral para convertirse en un entorno diseñado para inducir comportamientos.

Este cambio tendría implicaciones sociales serias. La ecología informacional se transformaría, y la frontera entre ayuda genuina y persuasión comercial se volvería difusa. Eso afecta la autonomía, el juicio crítico y las formas cotidianas de interpretar el mundo.

A esto se suma que los propios modelos están en una etapa de transición. Sus cambios en razonamiento, estilo y consistencia revelan cómo dependemos de infraestructuras opacas que se actualizan sin control ciudadano. Esta incertidumbre muestra el carácter asimétrico del ecosistema digital actual.

Un elemento que agudiza este escenario es el anuncio de que Estados Unidos recientemente: no avanzará hacia una regulación estricta de la IA. Esta decisión no responde a una defensa del usuario, sino a la necesidad estratégica de no frenar la competencia tecnológica frente a China.

En síntesis, la carrera por la supremacía en IA definirá quién estructura la experiencia digital futura. Si las IA terminan saturadas de anuncios, estaremos frente a un nuevo régimen comunicativo: conversaciones filtradas por intereses comerciales. La pregunta es si aceptaremos esa normalidad o exigiremos tecnologías orientadas al bienestar colectivo.

APUNTE: Australia vivió ya su primer día con la prohibición de ciertas redes sociales para menores de 16 años, una medida que sorprendió al mundo occidental. Sin embargo, en China este tipo de regulaciones llevan años aplicándose bajo esquemas distintos y mucho más estrictos.