Por Liliana Becerril Rojas
Cuando hablamos de Educación, desde un punto de vista sociológico, hablamos del mecanismo utilizado por un sistema para inculcar un conjunto de principios que tienen como propósito legitimar la dinámica establecida por un régimen. Es decir, es un prisma autorizado por el cual los individuos que conforman a una sociedad deben ver la realidad para ser aceptados y funcionales dentro de la comunidad.
En la actualidad, gracias a las nuevas tecnologías —y a la imposibilidad de restringir la información que se genera y difunde en ellas— es difícil controlar los criterios que conforman la visión de cada persona que tiene acceso a las plataformas informáticas. El conocimiento, entonces, está disponible para quien lo busque, sin tener que remitirse a algún tipo de filtro restrictivo.
La educación, frente a este acceso ilimitado de la información debe conformar el cimiento bajo el que debe interpretarse, no solo para que las nuevas generaciones puedan integrarse a una comunidad local, sino a la comunidad mundial, en un tiempo en que la información se ha convertido en el activo más importante de la humanidad. El reto, entonces, es ofrecer una educación integral, que no discrimine hechos ni ignore sucesos que han construido el presente y que serán determinantes para el futuro. Como sociedad mundial ya vivimos un oscurantismo en la Edad Media en el que la religión satanizó a la ciencia, pero no pudo contener el cúmulo de conocimientos que se generó y se popularizó. Actualmente ese oscurantismo no tiene posibilidades de vivir, pero sí se convierte en un indicador de retroceso.
Actos como la censura de visiones y expresiones opuestas a la ideología del régimen en el poder de una sociedad ponen de manifiesto una incapacidad para ejercer un valor tan importante y necesario como la inclusión. Censurar hechos o palabras en aras de pretender borrar de la memoria colectiva algún hecho resulta absurdo, porque no hay forma de generar una amnesia generalizada, pero selectiva de aquellas cosas que no convienen a una ideología empoderada.
No es posible borrar lo ocurrido en el pasado, tampoco es conveniente, aún cuando los hechos sean dolorosos, porque son referentes indispensables para no repetir los errores cometidos, pues un tropiezo se convierte en aprendizaje cuando se asimila y se capitaliza para obtener mejores resultados.
Cuando se pretende minimizar un hecho, una ideología o una tendencia, lo único que se consigue es otorgarle un poder superior, pues tras ese intento anulador hay miedo, un miedo de grandes dimensiones que incapacita a quien censura para poder entender la realidad como es y aprovechar sus propias oportunidades.
La educación, hoy en día, debe ofrecer las bases para entender el mundo, para funcionar en él y sus circunstancias, que día con día se renuevan.