Tlaxcaltecas violentados rompen el silencio

Reportaje especial por Leticia Alamilla Castillo

Pese a lo que la mayoría cree, el número de hombres tlaxcaltecas que son violentados por mujeres va en aumento y existen estadísticas que así lo demuestran.

Todo comenzó desde en el noviazgo

“Cuando éramos novios pensé que sus celos eran normales y que si me daba una que otra cachetada era muestra de que realmente me quería sólo para ella”, así comienza el relato de Eduardo “N”, un hombre tlaxcalteca que ahora ronda en los 40 años de edad y quien afirma que hasta ahora se atreve a hablar sobre su caso de maltrato.

Lo que pensó que era una muestra de amor durante el noviazgo se transformó en la historia más violenta de su vida que estuvo acompañada de todo tipo de maltrato, inclusive, de golpes que lo enviaron en varias ocasiones directamente al hospital con lesiones severas.

La autora, esa mujer con la que hasta hace un par de años había proyectado vivir el resto de su existencia.

“Realmente nos queríamos mucho, nos casamos enamorados y queríamos seguir así juntos con nuestros tres hijos, pero no sé exactamente cuándo comenzó a cambiar todo”.

Ambos son profesionistas, él ingeniero y ella pedagoga, no existe una diferencia de edad considerable, tan sólo un año y su matrimonio duró dieciséis. La principal causa de la violencia en su relación eran los celos.

“Ya no podía hablar con amigas o salir con mis viejas amistades. Me llamaba en todo momento, no respetaba mis horarios de trabajo y si no le contestaba el teléfono se ponía muy mal, hasta la histeria. Hubo ocasiones en las que debido a que no podía comunicarse conmigo se salía de su trabajo, iba al mío, me gritaba e insultaba frente a todos, realmente no le importaba nada, era muy penoso, se volvió un espectáculo muy desagradable que me dejaba muy mal emocionalmente”.

Espiaba todo, absolutamente todo…

El nivel de maltrato fue en aumento porque de las escenas de celos, que incluían el espionaje de las llamadas y mensajes en el celular y en las redes sociales, pasaron a las bofetadas y uno que otro empujón al calor de las peleas;  después, a utilizar el tema sexual como forma de castigo

Espiaba todo, mi celular, mi correo electrónico, pelábamos toda la noche, no dormíamos, era terrible, al otro día teníamos que ir a trabajar. Una vez después de ver un mensaje que me envió una compañera de trabajo en donde me pedía que regresara a la oficina porque no encontraba un documento que el jefe nos había encargado a ambos, las cosas estallaron”.

Con el rostro desencajado, a pesar de que ya han transcurrido dos años de su separación y de la situación de maltrato que vivió, hace una pausa y continúa su relato:

“Esa ocasión nos fuimos a dormir como siempre, comenzamos a intimar y cuando menos me di cuenta tenía un cuchillo en la mano y totalmente enfurecida me reclamó que tenía una aventura con mi compañera de trabajo, me atacó gritando que me cortaría el pene o me mataría para acabar con mis infidelidades. En el forcejeo le quité el cuchillo, pero me alcanzó a cortar a un costado de la pierna y en las manos, fui a dar al hospital y me dieron varias puntadas. Cuando me preguntaron qué había ocurrido inventé una historia”.

Recuerda que su esposa mostró arrepentimiento cuando se percató que las heridas de la pierna y de la mano eran graves, inclusive estuvo a punto de perder uno de los dedos de la mano derecha. Luego llegó la etapa del arrepentimiento y de pedir perdón y “la perdoné porque sabía que no me quería hacer daño, que el amor tan intenso que sentía por mí la había hecho confundir las cosas, eso pensé en ese momento”.

Los hombres también nos quedamos por los hijos

Sus hijos se daban cuenta de la situación que vivían al interior de la familia, de los problemas constantes pero “la niña, que es la de en medio, era la más afectada porque me quiere mucho, de verdad yo trataba que no se dieran cuenta y de conservar mi familia”  relata mientras se le corta la voz y algunas lágrimas se asoman por sus ojos que se apresura a limpiar rápidamente.

Sólo una ocasión se atrevió a decirle a su esposa que era necesario buscar ayuda para los dos y eso fue motivo para que estallara en furia argumentando que no estaba loca y que lo único que quería era estar bien.

No soy ni “marica ni mandilón”

El resto de la familia se mantenía al margen de los problemas y sólo en algunas ocasiones durante las reuniones con amigos y los parientes las críticas y burlas salían a relucir “en las fiestas el tema salía, unos me aconsejaban ponerla en orden, otros ponerle en la madre,  bajarle los humos, que si siempre eran sus celos pues que me tirara a una vieja para que, ahora sí, con razón me pegara. Me reía cuando me decían que era un marica o mandilón”.

Los años de violencia mermaron el ánimo de Eduardo, le afectaron en muchos aspectos de su vida cotidiana, en el trabajo, con la familia, con los y las amigos.

“Estuve a punto de perder mi empleo, dejé de interesarme en lograr un ascenso o trabajar en mis proyectos personales, sólo pensaba en los problemas que tenía y que al regresar a mi casa de nuevo pelaríamos por cosas inexistentes. Me volví desaliñado, ya no me arreglaba, no me perfumaba, no me compraba casi ropa, porque si lo hacía significaba que pelaríamos otra vez, porque creía que andaba con otra mujer”.

Ella administraba el dinero, porque yo “era un pendejo”

“Ambos ganábamos bien, ella tenía una plaza y además su sueldo era alto porque tenía una dirección y yo estaba en una empresa mediana pero que pagaba muy buenos sueldos, además, tenía mis proyectos por fuera y eso nos permitía tener un nivel de vida muy bueno. Pero para ella nada era suficiente, me decía que era un pendejo en el trabajo, que ya debería tener mi propia compañía y no estar de empleadito lamebotas de mi jefe, que lo que ganaba no nos permitiría fincarles un futuro a nuestros hijos, que nada más pensaba en mí y que por esa razón ella administraría nuestros sueldos. Para evitar tener problemas y más peleas acepté”. Las consecuencias de la decisión de Eduardo llevaron a la relación a una nueva modalidad de maltrato.

Evasión, alcohol y golpes…

Los años de maltrato constante por parte de su esposa lo llevaron a buscar formas de sentirse mejor y la respuesta la encontró en comenzar a beber.

“Llegaba borracho a mi casa, pelábamos mucho, me gritaba, ofendía y me golpeaba, pero la ventaja era que borracho no me dolía tanto y al otro día hacía lo mismo. En una de esas, ya bien borracho, le respondí de la misma manera y me atreví a pegarle y lo hice con furia, sentí placer, me gustó verla en el piso llorando…”.

Después de lo ocurrido la propia esposa lo obligó a ir a alcohólicos anónimos y ahí se dio cuenta que la forma de vida que llevaba “no era normal” que estaba viviendo un verdadero infierno en su matrimonio y que era necesario hacer algo al respecto.

“En esos grupos hay de todo, casos peores que el mío, pero encontré un refugio y a personas que no conocía pero que estaban interesados en oír mi historia, me desahogaba totalmente, me costó mucho trabajo hablar, pero lo hice y lloré como nunca y nadie se burló de mí, nadie me dijo que era un marica o un mandilón, nadie me dijo pendejo lame botas. Ahí encontré lo que no tenía en mi casa, tranquilidad y respeto”.

Divorcio y chantaje juntos…

Después de asistir al grupo de alcohólicos anónimos y luego de pasar a uno de neuróticos anónimos se atrevió a dar un paso decisivo en su vida, a acabar con años de violencia y romper con alguien que consideraba que él era el culpable de todo en su hogar.

“Un día llegué a mi casa y después de la cena le dije lo que quería hacer. Se volvió loca, me acusó como siempre de tener a otra mujer, de engañarla, se puso a llorar, se negó al divorcio y me amenazó que si quería hacerlo nunca volvería a ver a mis hijos. En ese momento dudé un poco, pero la verdad no quería continuar. Le pedí que me diera un tiempo para salirme de mi casa y hablar con mis hijos, grito y llorando fue a la recamara de los niños y les dijo que yo andaba con otra mujer y que pensaba abandonarlos, en ese momento mis hijos rompieron en llanto y me suplicaron que no lo hiciera”.

La reacción de su esposa fue inesperada y lejos de que se convirtiera en motivo para permanecer en un clima familiar totalmente violento, fue el detonante de un rompimiento definitivo.

“Esa misma noche, que recuerdo con mucho dolor, sobre todo por ver a mis hijos verdaderamente destrozados, me fui a dormir a la sala y a eso de las cinco de la mañana oí gritos de mi esposa diciendo que se sentía muy mal, corrimos a la recámara y se había tomado muchas pastillas, gritaba que yo sería el culpable de dejar a sus hijos sin su madre. Todos estábamos muy asustados, el miedo de que se muriera me paralizó, los niños abrazaban a su madre suplicándole que no se muriera… fue terrible. La llevamos al hospital y gracias a Dios no pasó a más”.

Ésta acción fue la última que Eduardo toleró y decidió que en cuanto la salud de su esposa mejorara, el saldría de su casa definitivamente.

Estadísticas pobres…

En nuestro país existe un número importante de estudios, investigaciones y encuestas que muestran la gravedad del problema de la violencia de género, pero la mayor parte de estos trabajos se refieren al caso de mujeres violentadas.

Sin soslayar la gravedad del fenómeno de la violencia en contra de las mujeres y de darle la importancia en su justa dimensión, lo cierto es que, para el caso de la violencia en contra de los hombres existe escasa información que permita elaborar un diagnóstico que nos acerque a la realidad de este problema.

Nelly Tello Peón, profesora de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ha estudiado este fenómeno y sostiene que todavía «el tema de los hombres maltratados aún no está socializado» pese a que es un problema “más habitual de lo que parece”.

De acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en Tlaxcala, 6 de cada diez mujeres sufren algún tipo de violencia, pero no existen datos sobre hombres violentados.

Si hay denuncias en la PGJE: causas y números…

Si a lo largo de la historia el maltrato a la mujer ha sido un hecho que lesiona a la sociedad en términos morales y éticos, el maltrato a los hombres no es menos dramático y cuestionable.

Pese a que es un fenómeno actual, no conocemos las dimensiones reales del problema debido a que los hombres no denuncian,  se detienen a hacerlo porque está en juego evidenciar que es una mujer quien los maltrata, su hombría y su rol en una cultura como la tlaxcalteca.

Sin embargo sí hay algunas cifras y nuestra investigación nos llevó hasta la Procuraduría General de Justicia del Estado de Tlaxcala (PGJE) en donde se cuentan con datos de 2015 y 2016.

En ese periodo, 40 hombres acudieron a las instalaciones de la PGJE a presentar una denuncia en contra de mujeres que ejercieron algún tipo de violencia en su contra.

Los delitos están tipificados como lesiones y violencia familiar. En el Código Penal de Tlaxcala las penas por el delito de lesiones están determinadas por la magnitud de la lesión, sí deja cicatriz, sí provoca la pérdida de un miembro del cuerpo, sí se utilizó un arma de fuego, o sí provoca alguna discapacidad o pérdida de alguna facultad. De ello depende la pena y puede ir desde los tres meses hasta los diez años de prisión y multas que van de los 18 a 720 días de salario mínimo.

El delito de violencia familiar condena a “quien ejerza algún acto abusivo de poder u omisión intencional dirigido a dominar, controlar o agredir de manera física, psicológica, patrimonial, económica o sexual dentro o fuera del domicilio familiar, sobre una persona que esté o haya estado unida…” y las penas van de seis meses a cuatro años de prisión y multas de 36 a 288 días de salario mínimo.

Los municipios que ocupan el primero al cuarto lugar por el número de incidencias de violencia contra hombres son: Tlaxcala, Apizaco, Xicohtzinco y Chiautempan.

Cambio de roles

En una sociedad como la nuestra los roles tradicionales están cambiando y pese a que los datos estadísticos muestran que la mujer sigue a la cabeza en el número de casos de violencia de género, lo cierto es que, cada vez aumenta el número de hombres que son víctimas, y además, que se atreven a denunciar.

La incursión cada vez mayor de mujeres en espacios laborales y su autonomía económica las han llevado a experimentar una especie de revanchismo y a ser ellas quienes ejercen algún tipo de violencia.

Ni revanchismo, ni “hembrismo”, hay otra explicación…

Para Alejandra Bueno Castro, catedrática de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, sexóloga, educadora, sensibilizadora individual y grupal por el IMESEX, quien también es especialista en temas de género y feminismo, el modelo cultural patriarcal que prevalece en una sociedad como la tlaxcalteca es reproducido por las propias mujeres.

Las pautas culturales son el patriarcado, es el que manda, estamos acostumbrados a que el patriarcado los ejercen los hombres, pero en este caso, el patriarcado lo ejerce una mujer.”

La especialista explica que pese a que alrededor del 90 por ciento de las mujeres han sido víctimas de algún tipo de violencia, ello no significa que estén exentas de hacer uso del poder en contra de otros.

“La violencia es ejercida por los seres humanos y es el uso,  el ejercicio y el abuso del poder. Se ha hablado más sobre la violencia ejercida en contra de las mujeres porque es mayor el número de casos y porque desde la cultura patriarcal, el poder se le ha delegado a los varones, pero eso no quiere decir que algunas mujeres puedan ejercer violencia hacia los varones, otras mujeres o hacia otras personas en donde ellas consideren desigualdad y ejercicio del poder.”

Desde la perspectiva de Alejandra Bueno, la violencia que muchas mujeres ejercen en contra de sus parejas no representa un revanchismo en contra de los hombres.

“En este caso se invierten los papeles que culturalmente conocemos, pero no podemos decir que esto es una cuestión de revancha,  sino con la percepción que generemos del abuso del poder.”

La entrevista: “Los hombres no nos quejamos, es un mandato social, los hombres mandamos, aguantamos y  si no lo hacemos, significa que somos débiles frente a las mujeres”

Cirilo Rivera García, docente de la maestría de Estudios de Género de la Universidad Autónoma de Tlaxcala habla sobre la violencia contra los hombres.

-¿Es nuevo el asunto de la violencia contra los hombres?

No, de ninguna manera, lo que está cambiando son las relaciones de pareja y eso no significa que antes no sucediera. Lo que ha prevalecido en los últimos tiempos es una especie de legitimación de la violencia de los hombres contra las mujeres

-¿La violencia es algo innato a los seres humanos?

La violencia se aprende y se decide con quién ejercerla, no es innato, al menos no existe ningún estudio científico que así lo pruebe.

-¿Por qué va en aumento el número de mujeres que agreden a sus parejas?

Las mujeres se han introducido en el modelo patriarcal, pero lo importante es analizar cómo se construye la violencia, en qué momento comienza a suceder y qué factores la detonan, además de ir más allá e indagar el por qué los hombres se mantienen en esa relación

-Pero los especialistas en los estudios de la masculinidad deben tener algunas ideas del por qué soportan la violencia

La mayor parte de los estudios de caso revelan que los hombres se mantienen en la relación por sus hijos, e inclusive, a pesar de que son violentados o insultados el hecho de mantenerse en el hogar significa una forma de incomodar a la pareja.

-¿Las mujeres que violentan son feministas radicales?

El feminismo no plantea una violencia contra los hombres, sino el modelo patriarcal que plantea el dominio sobre las personas y éste lo pueden reproducir hombres y mujeres.

-¿Los nuevos roles sociales de las mujeres les brindan la seguridad como para agredir a sus parejas masculinas?

Los nuevos roles femeninos no son determinantes pero si puede ser una variable que valdría la pena considerar junto con otros factores. Sí ellas han hecho este cambio, salieron al campo laboral asalariado, la pregunta es sí los hombres llevamos a cabo algún cambio y nos involucramos en trabajo doméstico y si estamos dispuestos a compartir democráticamente bajo la nueva dinámica.

-¿Por qué es tan bajo el número hombres que acuden con las autoridades a denunciar que fueron objeto de violencia?

A los hombres se nos enseñó que mandamos y tenemos que demostrarlo dentro y fuera de casa porque si no viene la etiqueta tradicional de mandilón, eso supone que si me grita o me golpea no voy a denunciar y eso no significa que no nos duela sino porque es como decirles a los otros hombres que somos débiles.

Los hombres no nos quejamos, es un mandato social, los hombres mandamos, aguantamos y  sino lo hacemos, significa que somos débilesfrente a las mujeres y eso en la cultura machista implica ser un traidor a la identidad masculina tradicional

-¿Los medios de comunicación fomentan estereotipos que inhiben la denuncia masculina?

Por supuesto, los medios de comunicación y el contexto social cuestiona al que no aguanta nada,  al que no somete, los medios se hacen mofa de la identidad masculina, aparecen los chistes a través de las redes sociales, si tu renuncias, nos vamos a reír de ti, hay una sanción social que comienza desde que es muy chavito.

El especialista expresa que a los hombres en contextos culturales como el nuestro no se les enseña a pedir ayuda porque ello significa colocarse en una situación vulnerable, de debilidad por eso la mayor parte de quienes se atreven a presentar una denuncia ante las autoridades no van más allá, no piden ayuda.

Las mujeres, explica, primero recurren al apoyo emocional, se acercan a la familia, amigos e inclusive psicológico y luego denuncian.

Uno de los problemas que enfrentan los hombres en Tlaxcala es la falta de mecanismos de apoyo que les permitan acercarse libre de prejuicios y sanciones morales basadas en estereotipos.

Es necesario crear las condiciones adecuadas para la construcción de sociedades en donde haya mayor equidad para los individuos, independientemente de su sexo, condición económica, nivel educativo o preferencia sexual.